viernes, 27 de enero de 2006

Control Z o la irreversibilidad de los hechos

Cuando los programadores hindúes al sueldo de las multinacionales en computación se dan cuenta que las interfases para su software atraen menos clientes porque estos en la búsqueda de relaciones humanas se la pasan menos horas frente a los sistemas que crean, recurren a un paliativo de la autonomía moderna: la interactividad.

Sumergidos en videojuegos, salones de Chat o esquivando spam, las personas crean una curiosa complicidad con la máquina, creen que se comunican con ella. La interactividad se restringe a la posibilidad de escoger entre los elementos de un banco de datos.

Las iniciativas son esclavizadas. Los límites son impuestos por un conjunto de criterios. La libertad del usuario depende de la imaginación del programador.

Claro que las probabilidades semejan libertad. Pero la única decisión racional consiste en elegir la estrategia que produzca el conjunto de consecuencias preferido. La información se actualiza en la interacción y así se crean varias maneras de alcanzar el mismo objetivo.

En el contexto de las relaciones sociales cada quien responde a estímulos que el ambiente y los demás le provocan. Lentamente esto se va reemplazando por sensaciones restringidas a lo que se pueda emular digitalmente. La biblioteca personal de caricias pronto tendrá emoticones y widgets.

viernes, 20 de enero de 2006

Amaterasu

Os estaréis preguntando por la juerga de esta noche. Tenemos vino en el campamento como para fletar un barco. Cuando hayan muerto, será todo vuestro. Ah, sí; y las mujeres del campamento os estarán... agradecidas.

Si alguien da a conocer sus opiniones es porque las considera valiosas, porque nadie las ha dicho o porque a veces es inevitable hacerlo. Y contadas las excepciones los creadores no son geniales en la abundancia, me atrevería a decir que los mejores se sazonan en la abstinencia, no sólo de la satisfacción de necesidades físicas sino de cariño y afecto (y por consiguiente de buen sexo –porque aunque el tema de este escrito no sea ese, sin amor el orgasmo causa un inmenso disgusto mezclado de tristeza).

Ya se ha dicho que se escribe para conquistar fama y poder, pero como anotó Sartre, tales cosas pueden lograrse más fácilmente por otros medios. Dicen también que el escritor busca liberarse de algo; o quiere escapar de la realidad, o entender el mundo, o comprender la naturaleza humana.

Escribo porque me gusta mentir, porque no se hacer nada más, a veces por venganza, porque se que voy a morir, porque quiero. Las musas a veces sólo se acercan cuando huelen la melancolía o cuando ven el plato vacío.

Me gusta tanto leer que es inevitable escribir, como un destino fatal. A veces por la pasión que inspiran las mujeres (cuando no es suficiente decir “Puta que te parió”, ya que los adjetivos luchan por salir).

Pocos entregan lo que en medio del barullo diario es tan valioso, el tiempo. Tiempo para pensar en los demás. Inventarse la vida porque esta es muy aburrida.

viernes, 13 de enero de 2006

Siete alcantarillas

Existe una clase de gente que ha estudiado, que ha viajado y posee una cultura aceptable, sin embargo, su vida nunca deja de ser vacía.

No se quejan del mundo en el que viven porque poseen una burbuja que los mantiene flotando, sordos. No se dan cuenta cuando es suficiente. Cuando el bienestar económico se equipara a la felicidad.

Desearían que como en una novela de Burroughs o Saramago desapareciera la necesidad de dormir. Vivir en un mundo abierto las 24 horas para poder producir hasta morir. Toman una postura en la vida y se amoldan a su entorno sin criticarlo.

Son esos seres intolerantes que al final de las películas terminan castigados pero que en la vida real simplemente viven a espaldas de la pobreza y el desequilibrio del mundo.

Saben que el hambre está ahí, pero si viven en el octavo piso de un apartamento insonorizado del norte, si sólo salen para ir al gigantesco centro comercial y al gimnasio, ese mundo pobre no es el de ellos.

El de niños vendiendo dulces en los autobuses, adultos lavando parabrisas en los semáforos y ancianos pidiendo limosna. Familias para las que comer helado es un lujo.

Asusta más ese personaje frío y calculador con un coeficiente intelectual alto que planea meticulosamente su triunfo a expensas de los demás, que quien lastima por omisión. Aunque cada uno de nosotros no sólo es responsable de sus malas acciones, sino de todo el mal que provoca sin quererlo.

Tal vez tengan una vida colmada de trebejos con que adornarla y su única preocupación sería la imposibilidad de llevarse su dinero y poder a la tumba.

No pienso en Cuba como un afortunado paradigma de igualdad, pero vivir sin lujos no es propiamente vivir mal, el problema es conocer esos lujos e ir escalando en ellos para hacer del consumismo un vicio.

Una vida completa sabe más a fidelidad, y no sólo a una mujer sino a lo que se cree, no al ansia de cambiarlo todo cada vez que ve algo diferente (no necesariamente mejor). Con despreocupación, respirar profundo frente a la ventana viendo la aurora. Tranquilo.

viernes, 6 de enero de 2006

Wendy. ¿Por qué tenemos que crecer?

Aunque las preguntas difíciles obtienen respuestas estúpidas el hábito de ser realista es más poderoso.

Cuando los almacenes latinoamericanos se atiborran de compradores de televisores de plasma y cámaras digitales vale la pena considerar cual es el arquetipo que los ciudadanos promedio buscan imitar.

Diversión y opulencia. Hummer, Fox, Mac D, Miramax y Microsoft.

Cientos de productos, miles de canales y millones de páginas de Internet norteamericanas son seguidas por gente de todo el mundo. Colmando con su estilo de vida los sueños de los que quieren una vida completamente feliz.

Se impone un tipo de belleza que no es de ninguna parte. Existe una droga para imitar cada emoción (Paxil, Prozac, Ritalin, Ativan, Vicodin, Ambien). Y como lentamente el modelo es reproducido por todo el planeta (China celebrando navidad) nos hacemos dependientes de lo que mantiene la maquinaria engrasada: guerra y sexo.

La cultura que exportan no es la que viven. Los norteamericanos promedio son obesos solitarios consumidores adictos de cualquier cosa: armas, drogas, tecnología, comida, autos, licor y lo que se puede calificar como entretenimiento pasivo.

A los gringos no les importa cómo se vive en el resto del mundo. No saben ubicar en el mapa a los países a los que venden armas. El estilo de vida americano se vive por fuera de sus fronteras.

Claro que Latinoamérica queda al occidente y que una visión de la vida más espiritual sólo es asequible a través de la amanerada cultura cristiana, y eso por sí sólo es bastante decepcionante. Al fin y al cabo el mal prevalece cuando el bien no actúa.

El país y la familia en que se nació definen el poder de disfrutar lo que los demás disfrutan sosegadamente o el de hacer algo por los que no tienen los medios.

No sólo son cuestiones de moda. La normalidad se vuelve conformismo y no seguir el paradigma hace antihéroes. Nadie se pregunta qué pasa porque está ocupado pasando canales.

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.