viernes, 28 de abril de 2006

Dolce farniente

Para el budismo el propósito de la vida terrenal es el perfeccionamiento del alma para, a grandes rasgos, dejar los apegos para elevarse hacia el Nirvana.

Para occidente el propósito de la vida terrenal es acumular riquezas en un ciclo de deseo e insatisfacción. Prometiéndose la felicidad al conseguir algo y elaborando inmediatamente otro sueño cuando lo conquistado no es lo que se vislumbraba.

Las revistas cada semana agraden al lector con el hecho irrefutable de que hacer ejercicio, comer bajo en grasa, no beber más de vaso y medio de vino al día, no fumar y no comer carne roja eleva la calidad de vida de una persona y aumenta sus expectativas de bienestar.

¿Es que acaso esas publicaciones no han leído que los regímenes pensionales en el mundo entero son un problema difícil de mantener y que los ancianos no son respetados por su sabiduría sino que son relegados como estorbos? Para que queremos vivir más si al fin y al cabo nos debemos a los genes y a la suerte.

Conozco personas totalmente satisfechas con su estilo de vida, sin comer helado, que rezan todo el día, que no tienen banda ancha o siquiera computador, que no hacen el amor por lo menos dos veces por semana y que por supuesto no leen publicaciones científicas.

Las estadísticas que trazan los occidentales equiparan calidad de vida con placidez estandarizada cuando no son más que estudios de mercados útiles para dirigir bien la publicidad.

Cuando andamos pendientes del resultado una vez consumado nos desilusiona, mientras que si olvidamos lo que nos lanzó a conseguirlo saboreamos anticipadamente el placer. Es en la ilusión que disfrutamos.

viernes, 21 de abril de 2006

John Wayne

Cada cosa que habita en el universo tiene su opuesto, como si la definición de cualquier ente surgiera del contraste, de compararlo con lo que no es.

Bueno y malo, cielo e infierno, positivo y negativo, negro y blanco, día y noche, mujer y hombre, diestro y zurdo, calor y frío, dulce y amargo, etc.

Cuando los opuestos se hallan en equilibrio todo fluye de manera tranquila, todo dentro de todo. Mientras los excesos se articulan de dependencias y grados de sumisión al vicio. No se necesita tanto honor ni tanto té para entenderlo.

El mundo occidental cree ciegamente en la primera versión como si fuera la única y le concede la irrebatible razón, tal vez porque no tiene el tiempo y ni la paciencia para entender las otras miradas y al final sacar conclusiones.

Tiene que ver con una inclinación soterrada a juzgarlo todo. Porque una cosa es criticar y otra valorarlo. Es muy diferente ver las cosas desde Sócrates que desde San Agustín.

La mayoría no se da cuenta que los conceptos nacen maniqueos, que surgen sin la posibilidad de “ser” sin nada más.

Aún cuando hay discusión nos radicalizamos. Nos podemos alimentar de dialécticas y de discursos que se enfrentan para aprender pero al final convencidos tomamos una posición y la defendemos a costa de destrozar la contraria.

A veces culpo a las religiones por perseguir y condenar lo que se sale de sus ideas, pero no se trata sólo de decir que algo es lo uno o lo otro sino tener la posibilidad de ver las opciones.

Las cosas suceden por un propósito más elevado del que simplemente vemos cuando suceden, sólo con el tiempo vemos que los acontecimientos se conectaron de tal manera porque no podían suceder de otra.

viernes, 14 de abril de 2006

Hassan Sabbah

Amparado por un estudio médico publicado en una prestigiosa revista británica sobre el comportamiento humano diferenciado por género que indica sobre la natural inclinación del sexo masculino hacia la venganza aprovecho para expresar lo siguiente:

Odio a la gente que es radical, que es desleal, que es pedante, que es hipócrita, que es indecisa, que se pasa el semáforo en rojo, que se emborracha, que se ufana de estupideces, que se peina en el autobús, que se maquilla demasiado, que se monta al anden en bici, que se cola en una fila, que se orina por fuera, que se aprovecha de los ignorantes, que se cree mejor persona porque tiene más dinero, que llega tarde, que habla en cine, que le cambia el género a los sustantivos, que habla con diminutivos, que habla sin pensar, que flirtea con todos, que bota basura en la calle, que fuma en las cafeterías, que canta sin saber, que escucha regueton, que obliga a dejar propina, que grita cuando habla por teléfono, que no se sabe vestir, que anda en sudadera, que usa palillos para limpiarse los dientes, que no limpia las cagadas de su perro, que pone los codos en la mesa, que trata a los niños como estúpidos, que empuja, que no se baja del carro a golpear sino que toca la bocina, que no dice por favor, que no se lava las manos, que no apaga el móvil cuando toca, que no saluda, que no mira a los ojos cuando habla, que no dice lo que piensa, que no sabe pronunciar la X y que no anda por la derecha.

Por el momento eso es todo pero seguro hay más.

viernes, 7 de abril de 2006

Wallon de Sartou

Heráclito dijo que es en el cambio que encontramos el propósito. Entonces, por qué le tenemos miedo, le huimos; la mayoría de las veces preferimos que las cosas permanezcan sin modificaciones.

Supongo que ocurrió cuando dejamos de ser nómadas y descubrimos el psicoanálisis (con todas las implicaciones sexuales que pueda contener). Abrazamos inútiles rutinas con tal de vivir tranquilos.

No abogo por los ambidiestros, bisexuales o aventureros, que hoy en día no dejan de ser más que un producto de la imaginación de los editores de revistas de moda. Digo que la vida es muy corta para ser radical, para aferrarse ciegamente a una razón de vida. Digo que la vida es muy larga para no cambiar.

Cuando los gobiernos caen, cuando descubrimos que podemos amar a otra persona o cuando cambiamos de perspectivas para entender a los demás sin obligarlos a pensar como nosotros, sentimos el temor de tropezar con lo desconocido, de lastimarnos con débiles esperanzas, de soltar ese pájaro seguro por futuras ilusiones.

Sin embargo, el destino nos arroja a nuevas posibilidades agotados de la monotonía y en el último instante cerramos los ojos, aguantamos la respiración y creemos… sólo para empezar de nuevo a acostumbrarnos.

 
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