viernes, 27 de mayo de 2005

Des-Flor/Arte 1

Digamos que la respuesta esta en el arte. Pero en una era técnica y funcional se hace más difícil determinar que es y como diferenciarlo de lo que no es.

Cada civilización concibe el arte de sus contemporáneos de una manera diferente más o menos profunda, adecuándose al concepto y no reevaluándolo cada cierta cantidad de años. El arte moderno se asimila mentalmente a las artes plásticas en las que la mano del artista hace nacer una obra visual; dejando rezagada a la literatura por su falta de destreza manual en su concepción, y a la arquitectura por ser utilitaria.

Para el Romanticismo el término arte contenía un ánimo religioso que separaba las bellas artes de las artes mecánicas tornándolo benéficamente absoluto para la época, sin embargo, ahora ese Phatos que pueda ayudar a definir lo que es arte es muy difícil de rastrear.

Lo bello en el arte revela la verdad, sin necesidad de un objetivo en su destino, al contrario la no utilidad prefigura la belleza por ser libre. En el arte el problema es que la postmodernidad cree que por gestar algo que no sirve para nada esta haciendo algo bello; cuando la libertad, belleza y no utilidad se dan simultáneamente.

Lo sublime y lo bello que aparecen en la obra de arte y en la naturaleza dejan que la esencia se presente como tal, que dependa de si misma para manifestarse. El arte al ser un absoluto que comunica con su lenguaje la verdad, no puede ser condicionado a la historia de los gustos de las distintas épocas.

El arte como multiplicidad de maneras de ver el mundo es de una soberana simultaneidad. Si el arte confiere nexos de lo material un modo de existencia más elevado tanto que toque la belleza entonces será esencial.

Hoy en día se tiende a disfrutar las obras de arte del pasado más que las contribuciones del presente porque el desarrollo de la producción artística en los últimos tiempos nos esta obligando a poner en cuestión conceptos y contenidos que hace 2000 años se veían más claros, más puros. La presunta interperetabilidad de las artes modernas, ya no bellas, pretende que todas las interpretaciones sean legítimas.

La obra de arte se pone o se expone es decir no esta ahí para otra cosa que para estar ahí; y si eso exige que toda la creación artística se vuelva a integrar en el mundo del uso habría que subordinarlo a la configuración de vínculos naturales, a la decoración por ejemplo.

Cada quien vive buscando ese algo que lo llena ya sea de dinero o respuestas y si para algunos los toros son el arte para otros Stark también lo es. Son medidas desesperadas por volver a ser humanos así el 90% de la gente prefiera ser robot (esclavo).

viernes, 20 de mayo de 2005

Del aleteo de un colibrí

En la columna de Antonio Caballero que aparece en El Tiempo, el autor elogia el arte del toreo aprovechando las temporadas anuales en Bogotá, Cali y Medellín. Son más que loas a los pases y estocadas, son cortejos a ese otro lector que aduciendo una clara muestra de barbarie aborrece este espectáculo.

Personalmente me encanta la manera de escribir de Caballero, además odia a García Márquez y eso con repetidas muestras de subordinamiento frente a la cultura nacional lo hace un personaje interesante dentro de los mágicos eruditos del país.

La columna que comento me confunde porque ante el sinnúmero de carnavales con reina a bordo que entretienen los municipios a principio de año el que menos me parece comprensible es el que coloca unos animales en medio de un encierro de arena para picarlo y luego matarlo lentamente.

En este país –uno de los pocos que aun ofrece entre sus entretenciones de fin de semana las corridas- no existen las medias tintas con respecto a la cuestión: o se ama o se odia, como con todos los temas que son heredados de los tiempos de la colonia existen posiciones radicales.

Digo que respeto a muchos intelectuales que no se creen el cuento de que son intelectuales y son capaces de cambiar de opinión casi a diario hablando de política en sandalias fumando Piel Roja, pero ante la visión de una tasca llena de personas recordando con admiración una muerte y glorificando un salvaje que sale en hombros, así la cosa ya no me atrae mucho.

Somos tan modernos que cualquier sociedad que nos viera de lejos jamás pensaría que matamos por petróleo o que esclavizamos medio planeta por oro. Casi nadie en una metrópolis como Bogotá viviría sin celular y dentro de poco sin ipod. Proclamamos ser ciudadanos civilizados pero acabamos con un planeta de millones de años de historia en un siglo. La poesía viene en CD, la pintura en el cuerpo y la música en ring tones.

La era técnica le arranca al ser humano lo poco de humano que le queda, ahora sólo parecen añoranzas de incompletas tragedias griegas. Se vive al límite como en una película de Scorsese, a toda velocidad como en una novela de Kerouac desenfrenados hacia la capacidad de acaparar todo lo que todos sueñan.

Nos hacemos tan modernos solo para olvidar nuestra esencia y acabar con la poca que queda en lo que nos rodea. Nada de lo natural satisface por completo a menos que tenga preservativos y colorantes.

Se podría aducir que preocuparse por unos animales brutos no está de moda cuando a diario mueren miles de personas de hambre y asesinadas, pero pienso que así y sólo así comienza la deshumanización: con la extinción de búfalos, servir hamburguesas de ballena y el racismo. Se comienza crucificando un Mesías y luego sólo importa dominar a otras razas.

Un claro en el bosque suena a algo que un pensador alemán se soñó como queriendo mofarse de la poca capacidad que tienen los ejecutivos para ver los ángeles.

Solo a veces cuando extraño el smog y muere demasiada gente en la noticias, intento arañar esas cosas que podrían devolverme un poco de esa visión romántica de la esencia del vino, eso que aún en la pantalla de plasma pueda mostrarme lo que es ser humano.

viernes, 13 de mayo de 2005

Belleza y utilidad

Nos plantamos horas de nuestras vidas frente a un espejo afeitándonos o maquillándonos, existen cirugías para poner o quitar senos y pectorales. Pendientes de exaltar lo que no está y apretar lo que sobra.

Hay días en los que cualquiera se despierta pensando que quiere comenzar a hacer ejercicio, dejar de fumar, volverle a hablar a ese alguien con el que tuvo una discusión irreconciliable o sencillamente decide que hay cosas que hay que cambiar y que nada tiene que ver con el color de las paredes.

Estamos acostumbrados a pensar que nos falta algo, que somos incompletos, y pensamos que es dinero fe o felicidad lo que hace falta y hacemos lo que vemos en otros para satisfacer, para amoldarnos a lo que creemos hace sentir bien. Pero llega un momento muy corto (parecido al que habla Shakespeare explicándonos nuestro papel en el mundo) en el que nos damos cuenta que las cosas no son así, que no hay nada allá afuera que pueda completarnos, que todo ya lo está.

Ese momento pasmoso es para recordar que estamos vivos y que no somos simples consumidores de modas y de culturas, no nos da nuevas teorías sobre cómo ser mejores o peores personas, es un espacio para sacar eso que estaba escondido, esa vibración que nos une a los demás, esos momentos que nos cambiaron la vida pero decidimos no darle crédito.

Unos necesitan yoga, filosofía, un poema de Cavafis, una película de Kurosawa, una novela de Coelho o Chopra, una canción de Serrat, una pintura de Munch, no digo que muchas de las respuestas de lo que es vivir no se encuentren allí y que el espíritu no necesite un empujón para dejarse ver, pero luego cuando sentimos que somos y que no solo estamos (como veía Heiddegger) abrazamos la existencia que hemos llevado como algo real, y nos gusta.

Ese momento no sucede después de un intento fallido de suicidio ni de un soplo alucinante con narcóticos tampoco conociendo profundamente a Cristo en una alabanza al estilo Gospel. Ocurre cuando se siente que debajo de ese hollín tecnológico que depende del tiempo y de las apariencias modernas subyace algo que solo aparece en los libros muy antiguos, esa esencia que lo colmaba todo porque todo estaba en equilibrio.

Imposible de dejar de lado hoy en día la tecnología, ese libre pensamiento, las obras de arte hechas en ordenador o la comida genéticamente mejorada pero cuando recordamos que las cosas no fueron así siempre que alguna vez fueron sencillas son otros ojos los que nos permiten ver lo que realmente se esconde detrás de lo que decimos, pensamos y tocamos.

Al final de cada vida con miles de dudas nos enteramos que no necesitamos escuchar nada nuevo, que cada pensamiento estaba dentro de nosotros incluso cuando decidimos que las cosas sigan igual lo hacemos consientes de que todo es consecuencia de lo que pensamos, sentimos y deseamos.

Hay personas para las que estas cosas suenan a vaga superación personal de libro de Umbriel o a exhortación influenciadora de un fanático. Prefiero pensar que sólo son palabras sobre algo que a veces siento, con una buena película o un buen libro.

viernes, 6 de mayo de 2005

La vida soñada de los angeles

Estoy convencido de que el cielo es el placer y que se habla con Dios en ese instante perdido en el tiempo y en el espacio que es el orgasmo. Ese límite entre el amor y el deseo en el que no se puede superar ninguna emoción porque están contenidas todas en un lugar que no es el cerebro.

Pero y entonces para aquellos para los que el sexo no es más que placer pre-arrepentido y culposo tres veces por semana e incluso para los que son felices por desconocimiento, cómo pueden tener postulados definitivos sobre lo que es vivir; porque está bien atiborrarse de comida en Friday's, descansar en la hierva (o fumársela) o ver todo un domingo televisión, pero es siquiera eso merecedor de llamarse disfrute?

No es un elogio sibarita a la lascivia ni una ofensa a sentirse bien con exiguos placeres, es la queja calma y nostálgica de una persona que se cansa de vivir en un mundo imposiblemente monótono lleno de terror y ganas por lo que palpa pero no aprehende.

¿No es la realidad un drama calamitoso por decir lo menos?

No trágico porque no es elevado y llevarle la contraria a un sempiterno dios no es posible, no sólo porque al dios ya no le importan nuestros actos sino que ellos parecen ya no tener el don de fundirnos con un rayo.

 
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