viernes, 9 de septiembre de 2005

Que nos triture el amor

Desde hace más o menos dos años y medio que no me deprimo, pero la tristeza no siempre es triste y sirve para magnificar las alegrías.

Y cuando estoy triste me acuerdo de la vez que llegue al aeropuerto de Barajas como la tercera vez que salí del país, era una época que no sabía que hacer con mi vida y de verdad después de 12 horas de vuelo cualquiera alcanza a evaluar la existencia en todas sus acepciones.

Entonces después de aduana y de muchas preguntas repetitivas sobre lo que uno ni sabe que se puede llevar encima, buscar la maleta y esperar. Un rincón en una maqueta del planeta y a mirar gente. Al principio preguntándose de donde vienen y para donde van, de dónde son y donde han estado, luego a sentirse sólo.

Porque lo que más intensifica la capacidad de auto compadecerse es ver detrás de una barricada gente expectante de un rostro añorado que trae consigo una emoción que aparentemente sin importar la nacionalidad sólo se pude expresar con un abrazo.

Y no se trata sólo de decir te amo es esa acuosidad en los ojos que es inexplicable cuando todas las emociones se quieren salir por los ojos y se llora. Se llora de puro amor de puro dolor de haber perdido tiempo sin ella: ante tantas luces y tanta gente y se atina tan sólo a decir lo injusta que es la vida por haberlos separado.

Pero durante un mínimo instante se reconoce en la mirada del otro y se siente que en realidad el tiempo no paso sino que se abrió una brecha cuando se separaron porque la vida no podía continuar mientras ellos no estuvieran juntos.

Y después de todo, ahora sí hay un beso y la garganta siente que es el momento de entrar en escena y logra despedir un halo de extrañeza de magia por lo que más se desea.

Y por un segundo se me olvidó toda la miseria del mundo porque existen los encuentros en los aeropuertos.

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.