viernes, 3 de marzo de 2006

Mahisasura

Los humanos necesitan pertenecer a colectivos que representen sus ideas, que comprendan sus pensamientos y que los incluyan manifestando aceptación con sus consecuentes obligaciones y beneficios.

El contarnos por millones obliga a que las tendencias para ser aceptadas sean avaladas por un grupo o por una estadística. Porque mientras una idea permanezca ratificada únicamente por su autor es prácticamente inicua.

El sexo, la edad, la estatura, el peso, la raza, la religión la nacionalidad, el equipo de fútbol, el partido político, el estrato, el club, la universidad, las comunidades en Internet, los gustos artísticos, literarios, pictóricos y sexuales.

Entender cada una de ellas sólo explica las características que rigen el comportamiento más o menos similar de sus afiliados, y es la suma y aleatoriedad de organizaciones que una persona suma a lo largo de su vida lo que expresa su individualidad.

Entonces el grado de pertenencia a cada conjunto se define por lo cerrado con que siguen sus preceptos lo cual indefectiblemente lo conduce a redefinir sus valores, a proclamar reglas que acojan esta vez el extremismo entre sus posturas.

Y aunque sea un camino trillado, incluso antes de que Voltaire encumbrara el respeto hacia la tolerancia de las ideas, cada vez es más palpable el hecho de que llevar al límite las creencias personales se está volviendo costumbre.

De alguna manera, en un escalafón de dogmas, existen unos más elevados que otros y los que se apegan a unos se creen con derecho a atacar a los que se acoplan a otros.

Si algo nos ha enseñado El Demoledor, Matrix o Aeon Flux es que una sociedad sin tacha que limita las diferencias entra en contradicción con lo que la alimenta: la critica y la oposición, las cuales permiten ver la otra cara, pensar que todo es susceptible de mejorar y que incluso lo que parece eterno será reemplazado (no por algo mejor o peor sino diferente. –Cualquier parecido con el Manifiesto Comunista es pura coincidencia).

 
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