viernes, 8 de junio de 2007

Isadora

Aunque sabemos que en esta cultura del exhibicionismo la sobrecarga de información es demasiada para el corto periodo de nuestras vidas, intentamos aferrar el máximo de elementos que concuerden con eso que soñamos. En ese camino lo que nos llega por instinto es relegado porque nos recuerda cuan animales somos, toda esa herencia manifestada en corazonadas e intuiciones sólo se tiene en cuenta cuando nada más funciona.

Se puede creer como Jacques el fatalista que todo cuanto de bueno y malo nos acontece aquí abajo, escrito está allá arriba; o, que somos 100 % responsables de lo que somos y que eso que llaman destino no es más que el resultado de un proceso lineal.
Para algunas personas sustentar sus decisiones en algo más elevado los ayuda a sobrellevar el peso de las consecuencias (quieren desesperadamente algo auténtico en qué creer). Otros son felices persiguiendo señales en un intento por encontrar la escritura del universo (reconocen la realidad de un sueño). Ninguno deja espacio para que ocurra un accidente, no creen en las casualidades ni los milagros, esconden los impulsos detrás de vicios. Ambos alucinan en la fantasía por el temor a un mundo demasiado perfecto.

 
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