viernes, 22 de junio de 2007

Performer

Por un lado creo que bajo las condiciones adecuadas de poder o desinhibición cualquiera podría ser capaz de las acciones más atroces no para sobrevivir sino por la simple posibilidad de salir impune. Claro que existe la ley moral por la que encerraron a Thoreau pero esta funciona de todos modos bajo un consenso social. Por otro lado, con cierto temor de que sea cierto, pienso que en un estado medio, sin preocupaciones viscerales se posee de manera latente varias personalidades. Partiendo un poco del Dr. Jekyll y Mr. Hyde hay un ser bajo nuestra piel con las manifestaciones más bajas (no contrarias) de nuestros deseos, las expectativas y sentimientos que en la mayoría de las personas nunca logra salir a la superficie ya sea porque nada las hace explotar o porque existen suficientes paliativos para manifestarlos como traumas reprimidos inofensivos.

De manera similar a como construimos nuestra personalidad la historia en perspectiva que tenemos de nuestra vida se hace de recuerdos. Los creadores tienen la ventaja de catalizar sus neurosis a través de sus obras, de exteriorizar lo que los define. Pero en la vida diaria no somos más que versiones de lo que aprendimos a ser; como un abanico de máscaras disponibles para diferentes públicos, tan opuestas como contextos se alternen.

A veces los problemas parecen parte de nuestra personalidad y esto se revive como una adaptación continua que nos desdibuja; otras con una actitud de redención el enemigo se ve como algo externo que aparece de la nada y se vence en una batalla decisiva que le da importancia al poder propio. Las historias y su tono cambian gradualmente con el tiempo: los hechos importantes y el estado de ánimo las reinterpretan.

 
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