viernes, 1 de junio de 2007

Rip Van Winkle

Intentando escapar del asfalto nos sentamos en la banca de un parque a imaginar la vida de los otros, sin envidia, sólo observando. De pronto volteamos a ver y todo lo verde ha desaparecido, no es desapacible pero no hay libertad y la única salida está cercada por un asunto sin concluir. Imaginando mil maneras para evadirlo se consume el tiempo necesario para entender que hay que enfrentarlo con la conciencia de que serán más las preguntas nuevas que las respuestas obtenidas, y aún sin estrategia ni fuerza se hace.

Una persona como cualquier otra que aparece a lo largo de la vida nos envuelve por un instante, nos atrapa en su mundo, nos encierra. Absorto en esos ojos el mundo no existe o no importa. La vida la define cada uno de esos encuentros, concentrado e inconsciente. Y al final como llega se va, luego de agotarla y al intentar racionalizar los motivos que te acercan a ella olvidas el encanto de la casualidad.

Así como vivir pensando en la inminencia de la muerte nos amarga la vida, lo imperecedero nos aleja de lo sencillo. Es necesario sentir la precipitud de la eternidad para poder aspirar a la inmaculada concepción de momentos fugaces, porque sólo de la ilusión germina lo inolvidable, de la inseguridad las fuerzas para conservarlo.

 
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