viernes, 2 de febrero de 2007

Morituri

Los antiguos miraban el camino porque dirigirse a cualquier sitio era extenuante e incierto, preparaban su equipaje, miraban el cielo y sentían el viento, daban un último vistazo al lugar que los hospedó y partían con esperanzas y expectativas.

Cuando Ulises llega a Ítaca se acaba la historia, no importa cuan importante se nos plantea la idea de llegar al hogar se va hilvanando como entre bruma a través de los cantos.

Ya nadie mira las autopistas ni las nubes, los pueblos de carretera se parecen entre sí. Lo único que importa es ese punto que se trazó como objetivo. Los avisos reflectantes calman la ansiedad y la película que pasan termina de matar ese tiempo ya muerto.

La conciencia de la historia que nos precede nos hace apurarnos por llegar al final. Anotar en la planilla la hora de salida y que nuestros hijos retomen el legado. Llegar e irse porque no hay tiempo para hacer ese gran acto que redima nuestras vidas.

Sólo por azar como un gen defectuoso alguien decide aprender, siempre añorando, con nostalgia, pero entendiendo que son las incertidumbres del paisaje las que maravillan.

 
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