viernes, 18 de mayo de 2007

E = m•c2

Hay momentos en la vida en los que esa creencia griega de que el corazón quedaba en el pecho parece cierta y se siente tanta desesperanza que duele. Todo se desacelera desesperadamente y la razón intenta contraponer esas sensaciones con proyecciones sensatas y equilibradas de la realidad, pero las ganas de continuar se hunden con tanto peso y tantas lágrimas. Sin embargo, llega un día en el que todo se ve diferente, el tiempo pasa lento pero al menos se mueve, no sólo se comprende la geometría del universo sino que se verifica con cada mirada, parece cierto que no se muere de frío y comienza una nueva vida (como la de Dante). Justo donde el alma va tejida a las tripas se siente el click que nos recuerda que somos humanos y que todos pasan por lo mismo.

No importa si todo se vuelve a repetir absurdamente parecido, con una sabiduría extraña hecha a punta de coces el tono de las decisiones suena diferente. No sin miedo se vuelven a poner todas las fichas a un número con la esperanza esta vez de ganar. Y cuando la adrenalina anda libremente por el sistema nervioso el cerebro deja de joder y es el corazón el que manda impulsos, el color de las cosas se reevalúa porque la misma definición de los colores cambia y parece mentira tanto por tan poco. Pese a todo el recuerdo no se contamina, se queda en un rincón de la cabeza guardado, atesorado pero al fin cerrado. No hay libros eternos ni historias sin fin, sólo capítulos con personajes que mueren y renacen, ciclos y altibajos memorables. La eternidad existe pero es más complicado que dos líneas paralelas en el infinito, se parece más a un plato de fideos.

 
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