viernes, 14 de noviembre de 2008

Sepuku

Llega el silencio y la respiración lentamente se apacigua, se escuchan los latidos del corazón y los espasmos del cerebro en busca de ideas languidecen. El interés por el mundo exterior pierde fuerza y los miembros del cuerpo se llenan de una energía inmaterial y a la vez cálida. Con el cosquilleo de la sangre que viaja por las venas menguan las últimas preocupaciones; entonces llega la calma, esa sensación finita de tenerlo todo cuanto se quiere, de entender la vida y la muerte al punto de no temerle al desarrollo de una ni al advenimiento de la otra. Se despliega la belleza del vacío, de lo no dicho, de una historia llenada con pedazos de la vida propia, tan difícil de entender y tan fácil de sentir.

 
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