viernes, 9 de octubre de 2009

Rotwang

Ocho horas al día metido en un diminuto cubículo haciendo una y otra vez cosas que con la costumbre se creen apreciar. Esas cosas, virtuales o reales, inflan las fortunas de unos pocos y no es necesario ser marxista para entender que la alienación del trabajo va más allá de unas paredes de vidrio esmerilado: infecta el camino a casa, los deseos transformados y la supuesta recompensa del descanso. La connotación esclavista del trabajo ha tocado la vida misma. Los que cargaban bloques para construir pirámides lo hacían para asegurar su acceso a la eternidad, los obreros de las metrópolis pasan horas frente a una pantalla para...

 
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