viernes, 21 de abril de 2006

John Wayne

Cada cosa que habita en el universo tiene su opuesto, como si la definición de cualquier ente surgiera del contraste, de compararlo con lo que no es.

Bueno y malo, cielo e infierno, positivo y negativo, negro y blanco, día y noche, mujer y hombre, diestro y zurdo, calor y frío, dulce y amargo, etc.

Cuando los opuestos se hallan en equilibrio todo fluye de manera tranquila, todo dentro de todo. Mientras los excesos se articulan de dependencias y grados de sumisión al vicio. No se necesita tanto honor ni tanto té para entenderlo.

El mundo occidental cree ciegamente en la primera versión como si fuera la única y le concede la irrebatible razón, tal vez porque no tiene el tiempo y ni la paciencia para entender las otras miradas y al final sacar conclusiones.

Tiene que ver con una inclinación soterrada a juzgarlo todo. Porque una cosa es criticar y otra valorarlo. Es muy diferente ver las cosas desde Sócrates que desde San Agustín.

La mayoría no se da cuenta que los conceptos nacen maniqueos, que surgen sin la posibilidad de “ser” sin nada más.

Aún cuando hay discusión nos radicalizamos. Nos podemos alimentar de dialécticas y de discursos que se enfrentan para aprender pero al final convencidos tomamos una posición y la defendemos a costa de destrozar la contraria.

A veces culpo a las religiones por perseguir y condenar lo que se sale de sus ideas, pero no se trata sólo de decir que algo es lo uno o lo otro sino tener la posibilidad de ver las opciones.

Las cosas suceden por un propósito más elevado del que simplemente vemos cuando suceden, sólo con el tiempo vemos que los acontecimientos se conectaron de tal manera porque no podían suceder de otra.

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.