viernes, 19 de enero de 2007

Joie

Hay una clase de objetos personales utilizados para adornar el cuerpo. Son tan especiales que dramatizan su estatus y realzan su belleza. Hacen sentir a su dueño agradable y orgulloso. Quienes usan joyas quieren llamar la atención, demostrar riqueza y ante todo ser mirados.

El hombre toma un material de la naturaleza y conciente que por su escasez sea costoso y bello. El trabajo le da otro valor, pero es el ser humano el que carga estos elementos con momentos y sentimientos, con situaciones y humores. El sentido de pertenencia y de intransferibilidad les imprime recuerdos vivos.

Pese a que de comienzo son piezas ornamentales con una función estética y corporal, diseñadas y luego modeladas con las manos. Se internan en la mente, se presentan en la esencia y personalidad del ser, al estar tan cerca de su corporeidad tocan su pasado y sus sueños, lo hacen viajar en el tiempo a los hitos de su forma de ser.

Sin embargo, no todo lo que cuelga es un adorno y para algunas personas (no sólo marineros y presos como piensan algunas mamás) llevar algo que los represente se les mete en la piel con tinta. Esas pequeñas obras de arte (aquí la subjetividad toca su máximo esplendor porque a menos que sea demasiado el vino en la jiñapa la decisión es personal) cubren la frontera del cuerpo con algo que recorre dentro y que sin abrir la boca se desea expresar.

La aguja rompe la piel y cada andanada de sangre borra el bosquejo, las manos buscan la línea, la imaginan y saben que al desinflamarse la decisión de haber utilizado al cuerpo como un lienzo tiene recompensa cada vez que se observa y se recuerda. El tatuaje es la joya más personalizada que a través de unos trazos y unas sombras intenta condensar lo que fuimos, lo que nos marcó y lo que deseamos tener siempre encima.

 
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