viernes, 5 de enero de 2007

Tau

Cada vez que uno piensa en la ley de Murphy el universo se confabula para que las cosas salgan de la peor manera. Pero la culpa no es de una regla escrita en un gran rollo allá arriba, la predisposición es la madre del pesimismo.

Toda madre en algún momento tuvo que decidir entre si decirnos que lo que nos estaba dando era aceite de hígado de bacalao o decirnos “pruébalo, te va a gustar”. Si a la edad de seis o siete años logramos hacer una imagen mental de lo que podría ser una babosa emulsión de las tripas de un pez nuestra respuesta era correr o llorar después de elegir entre respirar o tragar. Si por el contrario fue una de tantas veces en la que fuimos engañados para tomar un jarabe creo que de adultos agradecemos ser unos vigorosos crédulos.

La expectativa daña la experiencia sin importar hacia que lado de la balanza se incline. Si nos dicen que tal película es buena la vemos esperando ese momento de esplendor que la salve. Si nos dicen que tal restaurante es malo agradecemos no haber hecho caso y haberlo visitado. No tiene sentido entonces leer la critica de una novela cuando el juicio de quien la escribe está supeditado por miles de circunstancias ajenas a lo que leyó.

Sin embargo leemos y oímos los consejos de otros ante la incapacidad de disfrutarlo todo y completamos el círculo sirviendo de filtro para otros.

Que rico es un omelet cuando no nos enteramos cuanto ajo tiene.

 
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