viernes, 22 de agosto de 2008

Flâneur

La ciudad se va consumiendo lentamente como un cigarrillo sin filtro, de ese que quema los dedos y deja tabaco en la lengua, en un consumirse productivo y sucio del que nadie tiene suficiente tiempo de percibir. Caminan tres cuadras, toman el bus, caminan otras tres y se meten a un cubículo hasta la hora del almuerzo, afanes y dramas para volver al lugar de la tele y no al del fuego.

Todo es lo que parece, las calles se pintan de un color gris no de concreto sino de aburrimiento, de cambios tan paulatinos que un día un edificio desaparece y en una semana ya no se recuerda. La gente como un actor prescindible de un escenario haciéndose ruinas como una Atlántida que al igual que la de Heródoto dudan de su existencia. Mirar por la ventana y fijarse en ese anuncio de neón sin mensaje. El letargo de la falta de aire y el sueño vigilante, temeroso y agotado. Cuántos átomos habrán repelido las brillantes monedas, cuantos sueños de alcantarilla, roscones de arequipe y tintos recalentados. ¿Cuál es la diferencia entre un café y un perico?

Hay que ser muy moderno para no darse cuenta que entre más vidas apretujadas verticalmente menos almas en un edificio de apartamentos. Llegará el día en el que realmente haya que hacer un test Voigt-Kumpf para saber si el que reside no es un replicante. Todo depende de la cantidad de tornillos que tenga que ajustar durante el día.

 
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