viernes, 9 de junio de 2006

Ciocarlia

La música es una enciclopedia de afectos traducidos al lenguaje de los sonidos; nos llena de humor y sencillez, nos acompaña en momentos meditabundos, agitados e inciertos, en episodios plácidos y tranquilos.

La música marca estados de ánimo conectados con olores, colores y sabores y que recordamos cuando el instante preciso necesita evocar e inmortalizar lo que se vive.

Esa banda sonora de la vida que llevamos archivada en el cerebro y que sale a flote cuando interpretamos el mundo y que inconcientemente llamamos.

Porque no resonamos igual cuando vamos a ver al amor de nuestra vida o simplemente caminando por una calle cualquiera, cuando estamos tristes o felices, cansados o satisfechos.

No se si antes de la época de Haydn, Mozart o Beethoven la gente tarareaba en la calle un ritmo que cortejara el momento.

Ahora el cine nos ha educado con la sensación de que existe una tonada especial para cada hora del día y para los períodos más importantes de la vida.

Para la mayoría de la gente que vive imbuida de rutinas se vuelve importante ocupar el tiempo muerto, ese que conecta los espacios de efectividad productiva, justo cuando algo comienza a sonar.

El auge de los dispositivos personales de reproducción de audio ha dado la posibilidad de tener un sustento material, sin embargo, estos aparatos no ayudan a componer el momento porque la escogencia es anacrónica, es tan sólo un paliativo para el ruido de la calle.

Si el mundo está construido de melodías el hombre puede descubrirlas y nombrarlas con su propio esquema hecho de instantes mágicos tan cortos como una emoción, un suspiro o un parpadeo.

 
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