viernes, 14 de julio de 2006

Fotografiar es escribir con luz

Mientras los pintores la miraban con recelo, los supersticiosos creían perder el alma. La fotografía copia la realidad, no la representa y sin embargo obturar depende de una sensibilidad especial.

Sin la escritura decenas de civilizaciones pasaron por la Tierra sin dejar rastro de su existencia; los dibujos lograban trasmitir maneras de ver el mundo con unos cuantos trazos. Pero cuando la luz raya el negativo ese devenir de segundos que compone el sin fin de las horas se detiene un instante y el aire que se interpone entre los cuerpos casi se puede tocar.

La fotografía potencia la memoria porque aunque la subjetividad que supone un relato permite una riqueza sólo limitada por la imaginación del que escucha, plantar frente a los ojos una ventana cargada con la subjetividad de quien presenció el momento es entender la perspectiva estética del otro.

La memoria discrimina lo que los sentidos captan, le da prioridad a una sensación y decide basarse en ella para atesorar el momento. Al evocarlo el cerebro se cuelga de lo que más lo impactó y a partir de ese factor baña los acontecimientos.

El fotógrafo es capaz de detener el tiempo atestiguando en un papel lo que realmente sucedió, partiendo el aire con la luz necesaria para retener los sentimientos para que no se evaporen.

 
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