viernes, 31 de agosto de 2007

Ataraxia

Desde que te despiertas en la mañana hasta que pones la cabeza en la almohada ocurren muchas cosas: amanece el pensamiento inmerso en el color de las sabanas unos segundos antes de que suene la alarma, el agua cae con más placer que obligación y cada uno de los entes que se cruzan en la calle parece llevar una sonrisa puesta; días en los que parece que cada una de las decisiones tomadas fueron consecuencias simples de la serenidad.

Es una dosis extra de felicidad que agregada en el desayuno provoca una tímida euforia capaz de ocultar la idiotez acelerante de la cotidianidad. Se parece a la morfina que permite una risa mientras nos acomodan un hueso, es como una ebriedad de sol, una alegría sin gasolina, sin ganas de empujar el mundo, tranquilo.

Claro que lo que se ve, se huele y se oye de manera cotidiana puede activar de forma selectiva metas o motivos que las personas ya poseen. El subconsciente sugiere y el cerebro actúa.

Y así como hay helados sin cerezas, existen expertos de la imperturbabilidad. Personas que logran extrapolar sus acciones en perfecta transición con el paisaje externo. No sólo dicen lo que piensan sino que hacen lo que quieren porque aún previendo las consecuencias no se sobrecogen por lo que no ha pasado, por lo que no depende de ellos. Les puede venir el mismo golpe de la misma dirección varias veces y lo reciben porque esperan una sorpresa, no se lamentan por lo que ya pasó ni hacen cara de tragedia por no tener un plan.

 
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