viernes, 24 de agosto de 2007

Khubz

Minutos después de conocer a alguien se colocan cada uno de los elementos que se perciben en una base de datos llena de estereotipos y con una sencilla operación aritmética decidir si es de confianza o no. La respiración, el tono de voz y el acento, el color de su pantalón, lo gastado de sus suelas o si se afeitó. En unos pocos segundos leemos una cantidad enorme de gestos para emitir un concepto.

Diferentes costumbres, al hablar, comer, dormir, contar el cambio, acatar los límites del espacio personal, dar propina o hacer fila da pie para clasificar. A pequeña escala de excéntrico hedonista al que llama la atención y a gran escala a los hombres de promiscuos.

Pero las personas no son siempre las mismas, esos que parecen absolutos cabrones lloran con Bambi, los banqueros cuentan con los dedos, hay negros que no saben bailar y los argentinos no son tan estirados. Existe algo básico en la personalidad de cada quien, algo que sólo varia bajo amenaza o con la boca llena de chiles picantes, el resto es una trama móvil de partículas que florecen de acuerdo a escenarios que obliga a ser repetitivos.

Se espera un brillo especial en la mirada para marcar con tinta indeleble un momento o un pedazo de espinaca en un diente para borrarlo. Puede ser un método para recibir una sorpresa o para no dar confianza.

 
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