viernes, 11 de enero de 2008

Ménades

Todas las cosas buenas de la vida son ilegales, inmorales o engordan. Esto es especialmente cierto con los postres, ya sean de sal, dulce o agridulces, con grasas trans, light o bajos en carbohidratos, de restaurante o hechos en casa logran generar ese placer culpable, esa euforia gratuita de lo efímero.

Y hay un ingrediente que produce miles de sensaciones diferentes para cada paladar, con gustos dulces y delicados, fuertes o suaves, picantes o ahumados, recios, moderados y ácidos y entre cada una de estas diferencias toda una gama de combinaciones únicas. Nombres como emmental, camembert, roquefort, gorgonzola, parmesano, cheddar, colby, edam, gouda, provolone, reggiano, pecorino, gjetost, mysost, mozzarella, brie, muenster, brick, requesón, ricotta, feta, crema, stilton, danablu, blue, que los ojos no ven pero que el cerebro reconoce con sabores y olores distintos, causando en el comensal desconcierto y con suerte admiración.

 
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