viernes, 19 de diciembre de 2008

Conspicua

Hay personas que nunca se dan cuenta de los errores de las películas, se lo creen absolutamente todo, entregan por entero su horizonte de expectativas. No estoy hablando de la aparición de un micrófono o a un error de secuencialidad, sino a la falta de coherencia. Cada obra es un mundo autocontenido y debe respetar sus límites, para todo lo demás están los genios, pero de esos hay tan pocos.

Se podría decir simplemente “qué mala película” y ya está, pero cuando se desbarata la magia no hay nada que hacer, se mira el cuadro blanco atravesado por una luz intermitente, se siente el claqueteo del film, la luz fulminante de la salida de emergencia y la silla incómoda. El contrato se destroza y ya no se puede reparar, quedan dos caminos: hacerse el imbécil, como todos los demás y seguir comiendo palomitas, o salir deprisa del teatro e intentar arrancar ese instante de la memoria.

 
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