viernes, 20 de octubre de 2006

Todos tienen una Beatrice Portinari con quien soñar

Cuando dos cuerpos se encuentran y estallan por unos segundos tocan esa cuarta dimensión que Wells (Herbert) se imaginó 30 años antes que Einstein la inventara. Detienen el tiempo con la fuerza de un átomo fracturándose pero es tan efímera y los cuerpos tan terrenales que se hace necesario volver a la frustrante realidad.

Dos personas se cortejan, dependiendo de la época, para olvidar que son sólo cenizas, que pueden alcanzar con unas manos de carne y hueso algo que aunque explicable parece mágico.

Así como los científicos en alguna universidad inglesa "demostraron" que la sensación del amor no se diferencia en nada a la producida por una barra de chocolate negro, dirían que el orgasmo es la respuesta natural para que el hombre quiera prolongar su linaje.

Hay demasiada tinta arrojada sobre papel unas veces quemado y otras ni siquiera leído que ha intentado hablar sobre las más sencillas experiencias y, ante la ineludible subjetividad de lo bello no queda más que el arte.

Existe un efecto mariposa sobre nuestros actos. Decir que aunque no sea necesario el propósito procreador para copular no nos arroja sin razón simplemente al fornicar.

Siguiendo a Darwin, no somos para nada el estandarte de la evolución mucho menos cuando nuestras acciones se originan de las ganas. Si se dice que para que las cosas salgan bien hay que hacerlas con amor por qué no para variar hacer el amor con amor (sin New Age ni nada sólo amor).

 
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