viernes, 10 de noviembre de 2006

Kaizer Soze

Muchas personas en diferentes épocas han sentido que ya no hay más que inventar, que sólo queda cambiar de contexto las cosas de siempre para sentirlas especiales.

Parece ser que no sólo los acontecimientos tecnológicos sino teóricos se sobrevienen más rápido en una era de las comunicaciones.

Las letras del abecedario son finitas y con ellas cientos de lenguajes recrean sempiternos olimpos. Las ideas, mientras tanto, se basan en el universo conocido y como tal hacen visible lo que será.

Es como si se diseminara un gen creativo en la población y sólo unos pocos se despertaran cada día preguntándose “¿Y que tal si…?” Son una clase de seres que no necesariamente buscando el Nirvana viven de verdad sin apegos, arriesgan lo que tienen por la posibilidad de algo mejor. No se inventan un color chusco para una silla sino que crean una manera de sentarse. Mueven el destino de los demás, no reaccionan.

Quien hubiera pensado hace diez años que nos volveríamos tan dependientes de un montón de aparatitos llenos de información impalpable.

Sin embargo, para romper paradigmas es necesario utilizar lo conocido y si se termina haciendo “Lady in Water” porque lo nuevo es con respecto a algo que se queda atrás, que ya no emociona.

Hay que conocer profundamente lo que nos rodea para poder desbaratarlo brutalmente con delicadeza, para ver las cosas de manera perfectamente sencilla, sencillamente perfecta y absolutamente suficiente.

 
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