viernes, 17 de noviembre de 2006

Qui a bu boira

Todo comienza cuando en medio de profundos bostezos coloco la alarma del reloj, me meto debajo de las cobijas calculando que después de que los pies se calienten caeré fundido, pero no.

Después de un día que duró alrededor de 18 horas esperaría poder dormir, pero no.

Me dicen que deje de pensar, que cuente ovejas, que respire profundo o que imagine un paisaje plácido, pero no funciona.

Después de recordar cada acto del día, de colocar a la izquierda de mi pensamiento lo que quedó pendiente, de tararear dos o tres canciones sin razón llega el desespero.

A veces dándole vueltas al mismo asunto, planeando minuciosamente una estupidez o imaginando absurdos desenlaces dramáticos a ocasiones superfluas.

Preguntándose a dónde se fueron los bostezos y analizando su relación directa con el sueño, viendo esa mancha de luz en la oscuridad que se forma en los párpados y pensando un poquito en óptica; los pies demasiado calientes para parar a tomarse un vaso de agua. Tener miedo de mirar el reloj y entender que el día que ya empieza será una porquería.

Agradecer después de todo que esto sólo sucede los lunes con los ojos pegados y con mal genio recuerdo que tengo que ir a trabajar.

 
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