viernes, 27 de enero de 2006

Control Z o la irreversibilidad de los hechos

Cuando los programadores hindúes al sueldo de las multinacionales en computación se dan cuenta que las interfases para su software atraen menos clientes porque estos en la búsqueda de relaciones humanas se la pasan menos horas frente a los sistemas que crean, recurren a un paliativo de la autonomía moderna: la interactividad.

Sumergidos en videojuegos, salones de Chat o esquivando spam, las personas crean una curiosa complicidad con la máquina, creen que se comunican con ella. La interactividad se restringe a la posibilidad de escoger entre los elementos de un banco de datos.

Las iniciativas son esclavizadas. Los límites son impuestos por un conjunto de criterios. La libertad del usuario depende de la imaginación del programador.

Claro que las probabilidades semejan libertad. Pero la única decisión racional consiste en elegir la estrategia que produzca el conjunto de consecuencias preferido. La información se actualiza en la interacción y así se crean varias maneras de alcanzar el mismo objetivo.

En el contexto de las relaciones sociales cada quien responde a estímulos que el ambiente y los demás le provocan. Lentamente esto se va reemplazando por sensaciones restringidas a lo que se pueda emular digitalmente. La biblioteca personal de caricias pronto tendrá emoticones y widgets.

 
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