Lupita
Llegar a las ocho de la mañana, encender el computador y tener el último momento de calma mientras se carga el antivirus; luego no importan ni las ganas de orinar, parpadear o ir a comer.
Solo se es conciente de que se vive el desenfreno cuando un programa inestable se cierra obligándonos a perder unos nanosegundos de productividad. Las alertas del MSN despejando dudas laborales y si pasa una mosca o el reflejo del sol da en la pantalla son para recordar que ya es tarde y que el tiempo no alcanza para todo.
Los minutos se encadenan con los días y los meses son testigos de que lo único que queda es llegar a casa y encender la caja tonta porque los ojos no darían para leer o pensar en descansar.
De todos modos hay que probar las cosas para comprobar que no nos gustan.
Solo se es conciente de que se vive el desenfreno cuando un programa inestable se cierra obligándonos a perder unos nanosegundos de productividad. Las alertas del MSN despejando dudas laborales y si pasa una mosca o el reflejo del sol da en la pantalla son para recordar que ya es tarde y que el tiempo no alcanza para todo.
Los minutos se encadenan con los días y los meses son testigos de que lo único que queda es llegar a casa y encender la caja tonta porque los ojos no darían para leer o pensar en descansar.
De todos modos hay que probar las cosas para comprobar que no nos gustan.