viernes, 1 de septiembre de 2006

Del estaño como mantequilla

Aparece esta mujer, sin ser pirata, con un cofre lleno de bisuteria. Como cualquier fetichista sabe que todo lo que tiene nunca lo va a terminar de usar y aún así quiere más.
Colecciona, acumula y vive por la emoción de llegar a su casa y abrir el envoltorio. Siente los reflejos del cristal, escucha los tintineos de la plata y desprecia las baratijas derivadas del petroleo.
Primero se prueba unos que conbinen con la blusa aún cuando siempre ganan los que se parecen a sus ojos. Siente el peso sobre sus lóbulos y utiliza su visión periférica para coquetearse.
Se mira los dedos revisando el barniz para amarrarlos en un desconcertante homenaje a la milenaria esclavitud femenina. Como escuchó que más de dos estaba pasado de moda usa tres.
Y el último y más importante atavio que puede lograr que todo suene como una sinfonía o como un ruido, el deleite de sentir sobre el cuello el brillante destellar del dije que recibió cuando pequeña, luego si no combina, qué importa lo esconde en el sostén.
Después de todo, sin ropa ya no se siente desnuda.

 
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