viernes, 22 de diciembre de 2006

De Bardolph a Rudolph

No es sólo la queja de un gruñón al que no le gusta esta época, es más un homenaje al estilo de los Simpsons o South Park a una temporada que me da comezón.

Así como existe un día para acordarse de que el cigarrillo mata, de que contaminamos el agua o de los muertos; es genial que haya un mes entero -y más- para visitar a los familiares lejanos, para hacer un balance de lo hecho y para compartir con los necesitados.

Es sin duda un momento especial para el comercio: para las grandes compañías de ingeniería de consumo, para las productoras de cine, para las aerolíneas y agentes de viajes, para los astrólogos, para las disqueras y licoreras, para los que se parecen a Santa, para los ladrones, para los que tejen sweters, para los que hacen los comerciales de Coca-Cola, para los que saben hacer manualidades, etc.

Pero y entonces estas fechas para los que no tienen varias tarjetas de crédito con que comprar trebejos qué son?

Mirar el frenesí de los demás por el consumo y excluirse. Sentirse además de pobre aislado a una celebración suburbana que se nutre de alcohol, pólvora y lechona.

Que importa si la tradición entera se basa en los Vikingos o en la iglesia Anglicana.

Es una época de felicidad para los que pueden pagar por ella o recibir de los que les sobra migajas para hacerlos filántropos, personas que mientras se toman un frapuchino con chispas rojas y verdes en Starbucks desean que nieve.

 
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