viernes, 22 de febrero de 2008

Bola roja

En un concierto para piano, la energía ímpetu y corazón que las manos transmiten al espectador como mariposas inquietas en el teclado pasa de ser una admiración por la técnica o un elogio por la magistralidad a convertirse en un abandono inconsciente del encadenamiento armonioso, continuo y rompiente de los sonidos. Reconocemos en ese virtuosismo todos esos años de experiencia y tradición que terminan en él y que a través del sacrificio del tiempo logra la perfecta unión entre lo que no puede evitar y lo que le gusta hacer explotar en belleza.

Es difícil defender la especialización de un asesino no porque los años de experiencia no lo hagan mejor o porque dentro de su campo no logre superar los precedentes y transformar las concepciones del oficio, sino porque el producto de su actividad fundamentalmente destruye además de la materia, las posibilidades no cumplidas de la vida truncada.

Habría la necesidad de decir que es socialmente inaceptable matar a alguien porque quiebra la norma básica de convivencia. Y como el pecado ya no asusta como antes, sustentar con argumento válidos algo que choca en algún momento con la ética comunitaria sólo es posible a través de un distanciamiento con los valores que tratan al ser humano como igual sin importar lo que haga u omita para que alguien deje de existir.

 
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